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Una generación en jaque: jóvenes enfrentan la doble inviabilidad económica y emocional.

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La falta de oportunidades laborales estables, los altos costos de vida y una creciente crisis de salud mental sitúan a millones de jóvenes al borde del colapso personal y financiero.



Vivir bien, independizarse, formar una familia o simplemente no sentirse desbordado por la ansiedad. Metas que para muchos jóvenes de hoy parecen cada vez más inalcanzables. Entre salarios precarios, alquileres impagables y una constante presión emocional, una nueva generación enfrenta lo que algunos expertos ya llaman una “doble inviabilidad”: económica y emocional.

Una independencia pospuesta indefinidamente

Según recientes informes del Instituto Nacional de Estadística y de organismos internacionales como la OCDE, más del 60% de los jóvenes entre 18 y 30 años aún viven con sus padres. La razón principal no es la falta de deseo de independencia, sino la imposibilidad material de costearla.

“Trabajo jornada completa, pero después de pagar el transporte y la comida, apenas me queda para ahorrar. Alquilar algo por mi cuenta es ciencia ficción”, comenta Laura, de 27 años, quien trabaja como auxiliar administrativa en una gran ciudad. Como ella, miles encadenan contratos temporales, prácticas mal pagadas o empleos precarios que no cubren el coste básico de la vida.

Una salud mental en deterioro

A esta fragilidad económica se suma una creciente ola de malestar emocional. Un informe del Ministerio de Salud reveló que los trastornos de ansiedad y depresión se han duplicado entre los menores de 35 años en la última década. La inseguridad laboral, la presión social por “triunfar” y la hiperconectividad han generado un cóctel difícil de gestionar.

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“Nos han dicho que si te esfuerzas, lo logras. Pero muchos trabajamos sin descanso y seguimos sin poder tener una vida digna. Eso desgasta emocionalmente”, dice Javier, de 25 años, quien está en tratamiento por ansiedad generalizada.

Sin red de apoyo

A diferencia de generaciones anteriores, muchos jóvenes enfrentan estos desafíos sin una red de contención efectiva. La falta de políticas públicas específicas, el agotamiento de sus padres —también presionados por crisis previas— y el debilitamiento de las comunidades agravan la sensación de soledad.

Expertos advierten que, si no se actúa pronto, esta combinación de inviabilidad económica y emocional puede tener consecuencias duraderas para la cohesión social y la productividad futura de los países.

¿Qué se puede hacer?

Desde organizaciones juveniles hasta sindicatos y universidades, el reclamo es claro: políticas de vivienda accesible, protección laboral real, acceso a salud mental gratuita y campañas de prevención y acompañamiento.

“Necesitamos dejar de responsabilizar a los jóvenes por un sistema que ya no funciona”, concluye la socióloga Ana Méndez. “No es una generación frágil, es una generación abandonada.”

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